Habitar la Naturaleza
Por Gabriel Gomera

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©Richard Schmidt From ©David Hockney, Interior with blue terrace and garden 2017 (2)
Para mí, cualquier tipo de arquitectura, sea cual fuere su función, es una casa. Sólo proyecto casas, no arquitectura. Las casas son sencillas. Siempre mantienen una relación interesante con la verdadera existencia, con la vida.’Wang Shu

Estos meses de confinamiento, en los que hemos estado recluidos en nuestras viviendas, nos han hecho ver la importancia de la arquitectura y como, de una forma indirecta, está omnipresente en nuestras vidas. De repente, nuestras casas se han convertido en nuestro refugio y sólo a través de sus ventanas y balcones podíamos interactuar con el mundo exterior.


Para todos aquellos que vivimos en entornos urbanos, esta experiencia nos ha hecho recordar la necesidad que tenemos de estar en contacto con lo natural, y nos ha permitido apreciar, desde nuestros interiores, lo esencial del contacto con la luz solar, el aire, el agua, la tierra y las plantas. En realidad, con todos los elementos que conforman la Naturaleza.


Somos muchos los que sentimos que la Naturaleza es fuente de salud, belleza e inspiración y apreciamos los beneficios de estar cerca de ella. Con esta parada, nos hemos dado cuenta de que nuestras casas y ciudades se han desarrollado sin tener en cuenta esta relación tan vital y hemos constatado la necesidad de transformar los espacios que habitamos para facilitar nuestra re-conexión con ella.

Pero… ¿en qué se basa realmente esta conexión? y… ¿cómo puede la arquitectura facilitarla?

Habitar el espacio

El arquitecto Juhani Pallasma nos dice en su ensayo ‘Habitar el espacio y el tiempo’ (1) que habitar forma parte de la propia esencia de nuestro ser y de nuestra identidad y el acto de habitar es el medio fundamental en que uno se relaciona con el mundo.

Nos dice también Pallasmaa que habitar es fundamentalmente un intercambio y una extensión. Por un lado, el habitante se sitúa en el espacio y el espacio se sitúa en la conciencia del habitante y, por otro, ese lugar se convierte en una exteriorización y una extensión de su ser, tanto desde el punto de vista mental como físico.

Esta idea es fundamental para entender que estamos en un constante intercambio con el espacio que nos rodea. Y que no es tan solo lo externo que nos influye a través de los sentidos y nos penetra en forma de experiencia, sino que también a través de lo sentido nuestro ser más esencial se nutre y se proyecta extendiéndose hacia todo lo que lo rodea, en un diálogo constante de retro-alimentación.

Por ello, es tan importante aprender a habitar nuestro cuerpo como aprender a habitar el espacio que nos rodea.

Desde que nacemos dependemos totalmente de los recursos externos y de cierta protección hacia el medio para nuestra supervivencia. Pero en realidad no es sólo el cuerpo que debemos alimentar y proteger, sino que a medida que crecemos, sentimos también necesario alimentar y proteger nuestro espíritu. Cultivar la atención hacia nuestro cuerpo será tan importante como cultivarla hacia nuestro entorno y es imprescindible despertar la conciencia hacia ambos para sentir su interconexión constante.

Es desde esta naturaleza del habitar que nace la arquitectura. Por un lado nos facilita los recursos que necesitamos y nos conecta con su fuente. Por otro, nos protege del clima y de los posibles peligros de alrededor. Con sus límites también nos protege de la inmensidad del Cosmos y así es como la casa se convierte en nuestro hogar para habitar este mundo. És un lugar finito en el espacio y en nuestra mente que nos da sosiego y tranquilidad.

La casa se convierte en nuestro hogar para habitar este mundo. Es un lugar finito en el espacio y en nuestra mente que nos da sosiego y tranquilidad.

Pero según Pallasmaa la arquitectura tiene otra razón de ser; más allá del habitar, la arquitectura surge de la celebración. Mientras que el habitar da lugar a nuestro domicilio en el mundo, nuestra necesidad de celebrar, venerar y elevar las actividades sociales, creencias e ideales da lugar a otras arquitecturas sociales, culturales y religiosas.

Habitar y celebrar me parecen dos cualidades hermosas que toda arquitectura debería contener. También nuestras casas pueden celebrar el acto de habitar si somos capaces de conectarlas de un modo intencionado con la belleza del mundo.

©Scott Francis for ©Kengo Kuma. Glass/Wood House. New Canaan, Connectitut, USA, (3)

Nuestras casas pueden celebrar el acto de habitar si somos capaces de conectarlas de un modo intencionado con la belleza del mundo.

Habitar el tiempo

El habitar se entiende habitualmente en relación con el espacio, como una forma de domesticar o controlar el espacio. Sin embargo, también necesitamos domesticar el tiempo, en palabras de Pallasmaa: reducir de escala la eternidad para hacerla comprensible. Somos incapaces de vivir en el caos espacial, pero tampoco podemos vivir fuera del transcurso del tiempo de la duración. Él nos habla de dos tipologías de tiempo: un tiempo contemporáneo nervioso, apresurado y plano frente a otro tiempo antiguo más lento, grueso y táctil.

Parece que nuestras casas, al igual que nuestra sociedad, se han impregnado del tiempo contemporáneo. Nuestros hogares se han convertido en lugares de poco sosiego y conexión. Por ello es necesario ralentizar el tiempo y fomentar el silencio para recuperar esa antigua conexión, y es aquí donde la arquitectura tiene la cualidad, y casi la obligación, de facilitar el retorno a ese tiempo primigenio, a ese pulso vital del continuum del tiempo.

Habitar el presente

Si recapitulamos, hemos visto como desde que nacemos somos parte de un ecosistema y dependemos de los recursos naturales para nuestra supervivencia. También hemos visto que existe un impulso interior de habitar y para ello se nos hace necesario poner límite al espacio y al tiempo. También se ha hablado de nuestro deseo innato de compartir y de celebrar y como la arquitectura nace para facilitar tanto el habitar como el celebrar.

Mediar, proteger, conectar y contener, entre otras, son cualidades que, aunque a priori pueden parecer opuestas, en realidad deberían coexistir en nuestros entornos arquitectónicos e interiores. Espacios que inviten a la contemplación y que faciliten nuestra conexión más íntima, para desde ahí, poder relacionarnos con los otros y con el entorno natural. Una naturaleza que no tiene que ver solo con el paisaje y sus manifestaciones, sino que implica también la conexión con sus ciclos y fuerzas, porque, aunque de una forma evidente no lo podemos apreciar, nuestros ritmos vitales están conectados permanentemente a ellos, y una arquitectura que invite al silencio nos va a permitir alinear estos ritmos internos con los cósmicos.

Desde mi experiencia personal, he podido comprobar que los espacios que nos hacen sentir más bienestar son aquellos que desde la armonía y el recogimiento nos permiten desplegar toda nuestra naturaleza esencial. Espacios que nos generan la libertad para percibir el tempo del acontecer y expresar nuestro sentir a través de algo bello contenido en la arquitectura y que tiene que ver con la belleza de todas las emociones y sentimientos que puede despertarnos de una forma sutil e inesperada la experiencia de habitar en el mundo.

©Niwaka Corporation. Ryoan Ji Temple, Kyoto, Japan (4)

Fuentes
  1. Juhani Pallasmaa. ‘Habitar’. Editorial Gustavo Gili.
  2. www.thedavidhockneyfoundation.org
  3. www.kkaa.co.jp 
  4. www.discoverkyoto.com


Autor

Gabriel Gomera, Fundador de Gabriel Gomera Studio, firma internacional de arquitectura e interiorismo con sede en Barcelona y Shangai.

Miembro del equipo impulsor de Hábitat Humano.

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