Autor: Ec. Alberto González Ramagli – Red Internacional de Economía Humana (RIEH)Docente en el área temática: Economías Transformadoras Comparadas del Máster Internacional de Economía Humana
Nadie pone en duda la capacidad de la economía de mercado de aumentar la producción, de generar nuevos productos y servicios, de innovar permanentemente... Las propuestas alternativas, como la planificación central, que eliminaban el mercado, se vieron superadas y fueron abandonadas.
Aunque a nivel mundial se ha observado en los últimos 50 años un aumento enorme de la producción, a la vez que el número de personas que vivían con menos de 5,5 dólares diarios ha bajado, esa mejoría no se reparte en forma igualitaria: en este mismo periodo se observa un aumento de la concentración de la riqueza.
Por tanto, este incremento del nivel de la desigualdad aparece asociado a la ausencia de políticas públicas apropiadas y no a un menor crecimiento económico.
Al mismo tiempo, la desigualdad, en promedio, es muy superior en los países menos desarrollados que en los desarrollados.
Según un reciente estudio de Worlds Inequality Lab (2018), entre 1980 y 2016, la participación del 1% mundial de la población con mayores ingresos pasó de 17% al 22% de los ingresos mundiales.
En síntesis, en la mayoría de los países se observa un aumento de la concentración de la riqueza y de la desigualdad. En consecuencia, los niños y las personas no tienen igualdad de oportunidades, y muchos no tienen siquiera oportunidades.
Las políticas públicas, aun siendo absolutamente necesarias y de impacto, se muestran insuficientes para romper con este mecanismo perverso, que mantiene a grandes masas de personas en un círculo vicioso de marginalidad y exclusión y que es incompatible con una cultura cívica y solidaria.
Además, ya es una evidencia, que el modelo de crecimiento de la actual economía de mercado globalizada no es sostenible, porque está produciendo una destrucción de los recursos naturales y de los ecosistemas que pone en riesgo a la propia humanidad destruyendo un bien común insustituible.
La historia muestra como civilizaciones que no supieron gestionar su relación con la naturaleza y su relación entre pares, terminaron desapareciendo. Lo que antes eran desafíos de diferentes civilizaciones, hoy es el desafío de una única civilización globalizada, es decir para toda la humanidad.
La construcción de una nueva economía requiere en forma ineludible, la intervención del Estado a través de políticas económicas y sociales, pero sería un error terrible delegar en los gobiernos esta responsabilidad, que pertenece al conjunto de la ciudadanía.
La iniciativa ciudadana, en forma colectiva e individual, es imprescindible. La cultura prevaleciente en la economía de mercado, basada en consumismo y meritocracia, sólo puede ser superada si desde la propia sociedad surge un impulso trascendente, que genere un cambio de conciencia e iniciativas ciudadanas que muestren que otra economía es posible.
De hecho, existen innumerables iniciativas de emprendimientos, organizaciones, asociaciones, voluntariado, etc., que están mostrando que es posible otra realidad económica, y los diferentes países muestran que estas iniciativas, denominadas economía social, economía sustentable, economía circular, etc. pueden llegar a representar una proporción importante de la actividad económica y generar niveles de ocupación muy significativos.
Pero no basta, es necesario dar un paso más: el conjunto de la economía de mercado debe ser transformado y ello es posible en la medida que un número creciente de ciudadanos, en las diferentes actividades, profesiones, empresas en las cuales participan, generen iniciativas en la dirección de una economía humana que integre los distintos modelos.
No sólo hay que impulsar economías alternativas, sino que hay que transformar la economía dominante para construir una economía humana desde una visión transidentitaria, centrada en todas las personas y toda la persona.